jueves, 16 de abril de 2015

Origen Psicológico del filosofar

ORIGEN PSICOLÓGICO DE LA FILOSOFÍA
“Los hombres comienzan y comenzaron siempre a
filosofar movidos por la admiración; al principio,
admirados ante los fenómenos sorprendentes más
comunes; luego, avanzando poco a poco y
planteándose problemas mayores, como los cambios
de la Luna y los relativos al Sol y a las estrellas, y la
generación del universo. Pero el que se plantea un
problema o se admira, reconoce su ignorancia. (Por
eso también el que ama los mitos es en cierto modo
filósofo; pues el mito se compone de elementos
maravillosos). De suerte que, si filosofaron para huir de
la ignorancia, es claro que buscaban el saber en vista
del conocimiento, y no por alguna utilidad. Y así lo
atestigua lo ocurrido. Pues esta disciplina comenzó a
buscarse cuando ya existían todas las cosas
necesarias y las relativas al descanso y al ornato de la
vida. Es, pues, evidente que no la buscamos por
ninguna otra utilidad, sino que, así como llamamos
hombre libre al que es para sí mismo y no para otro,
así consideramos a ésta como la única ciencia libre,
puesto que esta sola es para sí misma”.(Aristóteles.
Metafísica).
La admiración, el asombro, se produce ante un mundo
enigmático, que plantea toda suerte de interrogantes.
Uno de ellos preocupa especialmente a los primeros
filósofos: el hecho de que, a pesar de los cambios que
se producen en el universo, y a pesar de lo diferente
que son entre sí los seres que lo componen, este
universo es un “cosmos”, un todo armónico, y no un
“caos”, un desorden. Es preciso encontrar una
respuesta a este gran interrogante. A ello se había
dedicado ya la actividad mítica, pero la filosófica lo
hace de otro modo: procura explicar también el origen
y la regularidad del cosmos, pero recurriendo al logos,
es decir, a ese tipo de explicaciones racionales que
pretenden sustentarse en argumentaciones.
La duda, la incertidumbre, la conciencia de no saber y
la necesidad de conocimiento,
 es el otro elemento que
nos mueve a filosofar. No se trata en esta ocasión de
la duda de quien teme equivocarse, y por eso no dice
nada, no de la duda de quien ha desesperado de
alcanzar la verdad (la duda escéptica). Se trata de
dudar en el sentido de revisa críticamente aquello que
todos damos por bueno o por verdadero, por sabido y
demostrado. Dudar en el sentido de no quedarse
satisfecho con la primera solución que encontramos,
sino seguir insistiendo para hallar respuestas siempre
nuevas a los interminables enigmas del universo y de
la propia vida.
Tal examen crítico apunta hacia una de las tareas
fundamentales de todo pensamiento filosófico:
desvelar los presupuestos, lo aceptado sin reflexión
suficiente.


EL ORIGEN DE LA FILOSOFÍA DE KARL JASPERS


La historia de la filosofía como pensar metódico tiene sus comienzos hace dos mil quinientos años, pero como pensar mítico mucho antes.
Sin embargo, comienzo no es lo mismo que origen. El comienzo es histórico y acarrea para los que vienen después un conjunto creciente de supuestos sentados por el trabajo mental ya efectuado. Origen es, en cambio la fuente de la  que mana en todo tiempo el impulso que mueve a filosofar. Únicamente gracias a él resulta esencial la filosofía actual en cada momento y comprendida la filosofía anterior.
Este origen es múltiple. Del asombro sale la pregunta y el conocimiento, de la duda acerca de lo conocido el examen crítico y la clara certeza, de la conmoción del hombre y de la conciencia de estar perdido la cuestión de sí propio. Representémonos ante todo estos tres motivos.
Primero. Platón decía que el asombro es el origen de la filosofía. Nuestros ojos nos "hacen ser partícipes del espectáculo de las estrellas, del sol y de la bóveda celeste”. Este espectáculo nos ha "dado el impulso de investigar el universo. De aquí brotó para nosotros la filosofía, el mayor de los bienes deparados por los dioses a la raza de los mortales". Y Aristóteles: “Pues la admiración es lo que im­pulsa a los hombres a filosofar: empezando por admirarse de lo que les sorprendía por extraño, avanzaron poca a poco y se preguntaron por las vicisitudes de la luna y del sol, de los astros y por el origen del un universo."
El admirarse impele a conocer. En la admiración co­bro conciencia de no saber. Busco el saber, pero el saber mismo, no "para satisfacer ninguna necesidad común”.
El filosofar es como un despertar de la vinculación a las necesidades de la vida. Este despertar tiene lugar mirando desinteresadamente a las cosas, al cielo y al mundo preguntando qué sea todo ello y de dónde todo ello venga, preguntas cuya respuesta no serviría para nada útil, sino que resulta satisfactoria por sí sola.

Segundo.  Una vez que he satisfecho mi asombro admiración con el contexto de lo que existe, pronto se anuncia la duda. A buen seguro que se acumulan los conocimientos, pero ante el examen crítico no hay nada cierto. Las  percepciones sensibles están condicionadas por nuestros órganos sensoriales y son engañosas y en todo caso no concordantes con lo que existe fuera de mí independientemente de que sea percibido o en sí. Nuestras formas men­tales son las de nuestro humano intelecto. Se enredan en contradicciones insolubles. Por todas partes se alzan unas afirmaciones frente a otras. Filosofando me apodero de la duda, intento hacerla radical, mas, o bien gozándome en la negación mediante ella, que ya no respeta nada, pero que por su parte tampoco logra dar un paso mas, o bien preguntándome dónde estará la certeza que escape a toda duda y resista ante toda crítica honrada.
La famosa frase de Descartes "pienso, luego existo" era para el indubitablemente cierta cuando dudaba de todo lo demás, pues ni siquiera el perfecto engaño en materia de conocimiento, aquel que quizá ni percibo puede engañarme acerca de  mi existencia mientras me engaño al pensar.
La duda se vuelve como duda metódica la fuente del examen crítico de todo conocimiento. De aquí que sin una duda radical, ningún verdadero filosofar. Pero lo decisivo es cómo y dónde se conquista a través de la duda misma el terreno de la certeza.

tercero.  Entregado al conocimiento de los objetos del mundo, practicando la duda como la vía de la certeza, vivo entre y para las cosas, sin pensar en mí, en mis fines, mi dicha, mí salvación. Más bien estoy olvidado de mi y sa­tisfecho de alcanzar semejantes conocimientos.
La cosa se vuelve otra cuando me doy cuenta de mí mismo en mi situación.
El estoico Epícteto decía: “El origen de la filosofía es el percatarse de la propia debilidad e impotencia.” ¿Cómo salir de la impotencia?  La respuesta de Epicuro decía: con­siderando todo lo que no está en mi poder como indiferente para mi en su necesidad, y, por el contrario, poniendo en claro y en libertad por medio del pensamiento lo que reside en mi, a saber, la forma y el contenido de mis representaciones.
Cerciorémonos de nuestra humana situación. Estamos siem­pre en situaciones. Las situaciones cambian, las ocasiones se suceden. Si estas no se aprovechan no vuelven más. Puede trabajar por hacer que cambie la situación. Pero hay si­tuaciones por su esencia permanentes, aun cuando se altere su apariencia momentánea y se cubre de un velo su poder sobrecogedor: no puedo menos de morir, ni de padecer, ni de luchar, estoy sometido al acaso, me hundo inevitable­mente en la culpa. Estas situaciones fundamentales de nues­tra existencia las llamamos situaciones límites.  Quiere de­cir que son situaciones de las que no podemos salir y que no podemos alterar. La conciencia de estas situaciones límites es después del asombro y de la duda el origen más profundo aún, de la filosofía. En la vida corriente huimos frecuentemente ante ellas cerrando los ojos y haciendo como si no existieran. Olvidamos que tenemos que morir, olvi­damos nuestro ser culpable y nuestro estar entregados al acaso. Entonces sólo tenemos que habérnoslas con las situa­ciones concretas, que manejamos a nuestro gusto y a las que reaccionamos actuando según planes en el mundo, impulsados por nuestros intereses vitales. A las situaciones límites reaccionamos, en cambio, ya velándolas, ya cuando nos da­mos cuenta realmente de ellas, con la desesperación y con la reconstitución: Llegamos a ser nosotros mismos en una transformación de la conciencia de nuestro ser.
Resumamos.  El origen del filosofar reside en la admiración, en la duda, en la conciencia de estar perdido. En todo caso comienza el filosofar con una conmoción total del hombre y siempre trata de salir del estado de turbación hacia una meta.
Platón y Aristóteles partieron de la admiración en bus­ca de la esencia del ser.
Descartes buscaba en medio de la serie sin fin de lo incierto la certeza imperiosa.
Los estoicos buscaban en medio de los dolores de la existencia la paz del alma.
Cada uno de estos estados de turbación tiene se verdad, vestida históricamente en cada caso de las respectivas ideas y lenguaje. Apropiándonos históricamente éstos, avanzamos a través de ellos hasta los orígenes aún presentes en nosotros.
El afán es de un suelo seguro, de la profundidad del ser, de eternizarse.
Estos tres influyentes motivos –la admiración y el conocimiento, la duda y la certeza, el sentirse perdido y el encontrarse a sí mismo– no agotan lo que nos mueve a filosofar en la actualidad.

La filosofía de Karl Jaspers

en el pensamiento de Viktor Frankl

Una vía hacia el sentido

Lic. Mariana Romero Siécola*

Si nada viene hacia mí, si no amo nada, si no se manifiesta
mediante mi amor lo que existe, y por ello no llego
a ser lo que soy, quedo, al fin, como un existente de sobra
que sólo se utiliza como material. Pero, porque el hombre
no es sólo medio, sino, al mismo tiempo, objeto final, el filósofo,
ante esa doble posibilidad, en medio de la constante
amenaza de la nada, desea la realización que se deriva
del surgimiento originario… Yo mismo me soy dado.
Karl Jaspers

Esta producción intentará atravesar una de las líneas que ofician de bases filosóficas para la logoterapia de Viktor Frankl.
Sin duda, las bases de su pensamiento nacen desde la cuna que fue su hogar, el autor plantea en su autobiografía haber heredado de sus padres cualidades de antagónico carácter, manteniendo a su vez una unidad irrecusable. Sin duda también proviene del ambiente familiar de fuertes vínculos, de su madre habría heredado una “profunda emotividad” y de su padre, la “extrema racionalidad” (citado por García Pintos, 2007: 24). En este ambiente el pequeño Viktor desarrolló su curiosidad y su inquietud por ayudar a los demás; en sus biografías se lo describe además como un niño muy inquieto y activo (García Pintos, 2007).
Esa curiosidad incansable se traduciría años más tarde en su necesidad por ir más allá de los postulados psicológicos y médicos de la época, en un intento por “rehumanizar la medicina”, así como a la psicología, desde una mirada integradora colocada en las alturas, no del poder médico, sino en rescatar lo más alto de la existencia humana; devolviéndole así su libertad, abrazando a la vez la bruma del sufrimiento, de la misma forma como la montaña abraza las nubes que la rodean en lo más alto de la cumbre.
Viene a mi mente ahora la imagen que el mismo Frankl propone en su libro Psicoanálisis y existencialismo, en relación a su postura frente a la teoría psicoanalítica, dice: “aunque se trate o pueda tratarse de superar los principios del psicoanálisis o de la psicología individual, no hay más remedio que tomar sus doctrinas como base de las investigaciones. Stekel ha expresado la verdad con palabras muy bellas, al decir, refiriéndose a su actitud con respecto a Freud, que un enano encaramado sobre los hombros de un gigante puede dominar un campo visual mayor que el gigante mismo” (Frankl, 2005:19).
La logoterapia se nutre de variadas corrientes psicoterapéuticas, respondiendo al espíritu de la época con el auge del psicoanálisis, la psicología analítica y la psicología individual teniendo a Freud, Jung y Adler como creadores y exponentes. Sin embrago, existe otra tríada de fundamentos psicológicos en la logoterapia, no menos importantes, que involucra la psicología humanista de Carl Rogers, los postulados de Rudolf Allers y los de Karl Jaspers. Me propongo entonces recorrer los postulados de este último.
La filosofía de Jaspers en la psicología de Frankl
Se pueden encontrar similitudes entre los postulados antropológicos de Frankl y aquellos que propuso Jaspers sobre el ser y la existencia. Podemos decir que el valor que le otorga a la filosofía y al filosofar tiene consonancia con la necesidad inherente al ser humano de autodistanciarse para la cura existencial. Ambos autores abordan este punto, sin embargo, no de forma convergente. Jaspers propone la iluminación de la existencia, que implica un acto de libertad de la existencia, como autorrealización y asunción del ser humano como Dasein (estar-ahí), lo enteramente humano, según Jaspers es la existencia que se asume por fuerza de su ser (Kreitmeir, 1996: 104).
En contrapartida, Frankl, realiza un corrimiento desde la “iluminación de la existencia” de Jaspers a la “iluminación del sentido”, este corrimiento es el que habilita a la logoterapia como psicoterapia, en tanto se desplaza del análisis de las posibilidades del ser a la terapéutica, efecto del esclarecimiento de las posibilidades de sentido. Este punto se encuentra claramente en las palabras de Frankl citadas por Christoph Kreitmeir:
El acento se desplaza de la iluminación de las realidades del ser a la iluminación
de las posibilidades de sentido. A eso se debe sin duda que el análisis
existencial vaya más allá del mero análisis y sea terapia, logo-terapia, a diferencia
del análisis del estar-ahí (Dasein) que, al menos, según las definiciones
auténticas de los principales representantes de dicha corriente, no constituye
una (psico)terapia en sentido propio. Efectivamente, logos significa en primer
lugar sentido y logoterapia equivale a psicoterapia orientada conforme al
sentido, que reorienta a los pacientes en el mismo (Kreitmeir, 1996: 107).

Otro punto de contacto con ambas teorías radica en los postulados de Jaspers sobre las situaciones límite, identifica como tales: la culpa, el dolor, la muerte y la lucha. Estas no pueden sortearse ni reprimirse  Kreitmeir, 1996). Arrojan al ser humano a los límites de su mundo interior, que a su vez, lo impulsan hacia el pensamiento trascendente (Kreitmeir, 1996). Es a través del fracaso y de la decadencia del mundo interior que el ser humano consigue llegar a lo trascendente y suprahumano (Kreitmeir, 1996). Encontramos que estos postulados podrían servir de base para lo que Frankl vino a denominar tríada trágica, sin duda un aporte muy significativo para la psicología y de sumo valor terapéutico al incluir como contrapartida al optimismo trágico.
Sin embargo, la idea de trascendencia de Jaspers no se condice punto por punto con la concepción frankliana de autotrascendencia. Mientras que para el primero se trata de una forma de filosofar, para Frankl, la autotrascendencia implica un cambio de actitud. Mientras que para el primero se remite a una forma de entender el mundo, para el segundo se trata de una forma de transformar el mundo.
Considero interesante dedicar unos párrafos a una categoría que maneja Jaspers a la que denomina lo abarcador, en tanto entiendo que funciona como sustento de la antropología que Frankl propone para la logoterapia. Se trata de la incapacidad de encerrar al ser humano en una categoría específica, de una tendencia hacia la fenomenología con conciencia de un más allá del ser que no es posible capturar en categorías, sino desde una perspectiva de encuentro hacia un ser total. A la vez, tener conciencia de “lo abarcador” contribuye a que el profesional abandone el lugar hegemónico de saber rompiendo a la vez con los dogmatismos teórico-metodológicos que qería el paso fundamental para rehumanizar las  ciencias de la salud.
Ningún ser conocido es el ser. Vivimos continuamente en un horizonte de
nuestro saber. Sin embargo, vamos más allá, abarcando la perspectiva que
hay detrás del horizonte y que se nos rehusa. Pero no logramos ningún
punto de vista en el que acabe el horizonte limitador y desde el cual podamos
abarcar el todo sin horizonte y cerrado, que por tanto ya no seguiría
señalando hacia otra cosa, y tampoco alcanzamos una serie de puntos de
vista con cuya totalidad –como en un periplo– podamos obtener el único
ser cerrado mediante un movimiento de uno a otro horizonte. El ser queda
para nosotros sin cerrar; nos arrastra por todos lados hacia lo ilimitado. Y,
no obstante, queda siempre como un ser determinado que nos viene al encuentro
(Jaspers, 1984: 25-26).

Luego agrega al respecto:
Así es el proceso de nuestro progresivo conocer. Mientras reflexionamos
sobre este proceso nos preguntamos por el ser mismo que, sin embargo,
parece retroceder siempre ante nosotros con el manifestarse de todas las
apariencias que nos viene al encuentro. A este ser llamamos lo abarcador;
pero no es el horizonte en el que reside nuestro saber particular, sino lo que
jamás se hace visible ni siquiera como horizonte; más bien es aquello de lo
que surge todo nuevo horizonte.
Lo abarcador es lo que siempre se anuncia –en los objetos presentes y en
el horizonte–, pero que nunca deviene objeto. Es lo que nunca se presenta en
sí mismo, mas a la vez aquello en lo cual se nos presenta todo lo demás. Al
mismo tiempo es aquello por lo que todas las cosas no son sólo lo que parecen
inmediatamente, sino por lo que quedan transparentes (Jaspers, 1984: 26).

La última oración de este párrafo me remonta al ejemplo que Frankl  utiliza para explicar la multidimensionalidad del ser humano con la proyección en diferentes planos del cilindro; donde aparecen las diferentes caras del objeto, que son parte del objeto, pero lo que hace al objeto tal en su esencia se percibe más allá de los planos proyectados. De la misma forma, eso que vuelve al ser humano, humano, y por tanto, transparente, está más allá de lo que vemos inmediatamente; a la vez esencia e imperceptible.
Jaspers destaca como palabras que remiten a lo abarcador: mundo, conciencia, existente, espíritu y trascendencia (Jaspers, 1984).
Las siguientes palabras de Jaspers dan cuenta de una crítica a la que Frankl dedicó su vida, la crítica a los totalitarismos ideológicos. Expresa:
El hombre es en cuanto existencia en el mundo un objeto cognoscible. Así,
por ejemplo, en la teoría de las razas se lo concibe bajo distintas variedades,
en el psicoanálisis por su posición inconsciente y los efectos de ella, en el
marxismo como ser vivo que produce mediante el trabajo y que mediante
la producción obtiene el dominio de la naturaleza y la comunidad, ambas
cosas en una forma que se presume perfectible. Pero todas estas ramas del
conocimiento conciben algo que hay en el hombre, algo que sucede de hecho,
pero nunca al hombre en su totalidad. En la medida en que semejantes
teorías científicas se erigen en conocimiento absoluto del hombre total –y
todas ellas lo han hecho– pierden de vista al verdadero hombre y empujan
en los creyentes en ellas la conciencia del hombre y finalmente la humanidad
misma hasta el límite de la extinción –porque el ser hombre es libertad
y referencia a Dios.
Es del más alto interés aceptar los conocimientos relativos al hombre, y
es remunerador cuando se hace con crítica científica. Entonces se sabe metódicamente
qué, y cómo y dentro de qué límites se sabe algo, y qué poco es
ello cuando se lo mide con la totalidad de lo posible, y qué radicalmente inaccesible
a este conocer permanece el verdadero hombre (Jaspers, 1968: 55).

De esta manera cobran sentido las palabras de unos párrafos antes: “El hombre es radicalmente más que lo que puede saber de sí” (Jaspers,1968: 53).
De allí que las palabras de Frankl adquieran la fuerza y potencia al pronunciarse en relación al lugar de cada corriente psicoterapéutica: “Ninguna psicoterapia puede ya arrogarse la exclusividad. Mientras no tengamos acceso a una verdad absoluta, tenemos que conformarnos con que las verdades relativas se corrijan entre sí, y tenemos que tener el valor de ser unilaterales, con una unilateralidad consciente de serlo” (Frankl, 2005: 13).
La búsqueda del sentido, en la forma de la voluntad de sentido también se encuentra esbozada en los planteos de Jaspers, al ubicar al ser humano como ser libre, dice:
 La libertad del hombre le franquea con la inseguridad de su ser a la vez las
oportunidades de llegar a ser aún lo que más propiamente puede ser. Al
hombre le es dado manejar con libertad su existencia como si fuese un material.
Por eso es el único que tiene historia, es decir, que vive de la tradición
en el lugar de vivir simplemente de su herencia biológica. La existencia del
hombre no transcurre como los procesos naturales. Pero su libertad clama
por una dirección (Jaspers, 1968: 56).

Unos capítulos después aparecen algunas líneas que parecerían acercarse a la idea del suprasentido luego trabajado por Frankl. Pasemos entonces a citar dichos postulados.
La marcha de la historia parece ya un torbellino del que nadie puede defenderse,
ya una marcha con un sentido que es interpretable sólo prolongándolo
hasta lo infinito, que se da a conocer en nuevos sucesos contrarios
a las expectativas, que siempre sigue siendo ambiguo, en suma, un sentido
que nunca conocemos cuando nos confiamos a él. (…) La cuestión del sentido
de la historia no es soluble por medio de una respuesta que lo enuncie
como una meta.
Toda meta es particular, provisional, superable. Construir la historia
entera como la historia de una decisión única, nunca se logra sino al precio
de descuidar algo esencial. (…) Quizás es posible hacerse una idea de un
sentido amplio e indeterminado: la historia es el lugar de la revelación, de
lo que el hombre es, puede ser, y de lo que sale de él, y aquello de lo que es
capaz (Jaspers, 1968: 87).

También se relaciona a las nociones logoterapéuticas sobre la no pérdida del pasado, esto es, que lo que fue, lo que pasó, no se pierde sino que sigue existiendo en la historia del universo.
Unas páginas después Jaspers propone la idea de la capacidad de oposición del espíritu: “Cuando, pobres individuos, vemos disolverse nuestra vida en meros momentos, arrebatada en la incoherencia de azares y sucesos sobrecogedores, a la historia que parece haber llegado a su fin dejando tras de sí sólo el caos, tratamos de elevarnos sobre nosotros mismos superado a la vez la historia entera” (Jaspers, 1968: 90).
En relación a la libertad en función de condiciones y no de determinantes, así como la piensa Frankl, Jaspers propone que: “La independencia dista tanto de ser pura, que se presenta como una dependencia no vista y a veces ridícula (…) la independencia se convierte en su contrario cuando se tiene por absoluta” (Jaspers, 1968: 92).
Con esta cita podemos acercar el pensamiento de Frankl con el de Jaspers, en tanto el primero siempre plantea una doble dimensión de la libertad: la libertad de y la libertad para. Sin caer en idealismos, Frankl no habla de libertad como posibilidad de eximir al ser humano de límites, en ese caso dejaría de ser humano, sino que se posiciona desde una existencia con restricciones, esto es, con condicionamientos sin llegar a ser determinantes.
Al respecto, resultan convenientes las palabras de Jaspers en su libro La filosofía de la existencia: “La libertad sólo existe con la trascendencia y por medio de la trascendencia. Es cierto que hay algo en la inmanencia que se parece a la libertad: cuando no identifico lo abarcador que soy como existente y espíritu con su cognoscibilidad. Pero es sólo una libertad relativa la de quedar abierto para este abarcador de existente y espíritu” (Jaspers, 1984: 37).
“Aquí está la independencia del que filosofa en que no deje caer sus ideas como dogmas, sometiéndose por lo mismo a ellas, sino en llegar a ser señor de sus pensamientos. Pero ser señor de sus pensamientos es algo que resulta ambiguo –desvinculación en la arbitrariedad o vinculación en la trascendencia” (Jaspers, 1968: 93).

De esta frase se podría desprender el intento constante que realizó Frankl por no hacer de la logoterapia un “logoterapismo”, posicionándose más bien desde una postura que habilitara el diálogo de los  postulados establecidos con la realidad y con ella misma.
En lo referente a la voluntad de sentido y a la libertad de la voluntad, un esbozo de estos desarrollos conceptuales a los que Frankl se avocará luego, se pueden encontrar en Jaspers como base de los postulados existencialistas más básicos, que como señalábamos en la cita que encabeza esta producción: “Yo mismo me soy dado” (Jaspers, 1984: 42). Con esto quiere decir que la actitud que uno toma ante las situaciones límite por ejemplo, radica en la libertad de la voluntad –como la llama Frankl– o en la realización derivada del surgimiento originario (Jaspers, 1984) de ser uno mismo dado para sí.
Para finalizar sólo quisiera agregar cómo la cualidad del espíritu de la humildad que el mismo Frankl supo desplegar en su desarrollo académico significa para quienes lo sucedemos un alivio y enriquecimiento conceptual. Sin la humildad del pensador de aceptar que al pensar lo hace teniendo a su lado a sus referentes teóricos, familiares y, por qué no, también espirituales, la tarea convierte al mismo en un gran ser humano endiosado… y la tarea de quienes llegamos luego, de seguir sus pasos intentado reproducir y recrear aquello que dio tanta luz –como su teoría– se vuelve una escalada temerosa. La humildad con que el mismo Frankl supo reconocer los fundamentos de su pensamiento hoy nos habilita a pensar a Frankl con Frankl y más allá de él. ¿No fue esa, después de todo, su principal voluntad?

Bibliografía:
Frankl, V. (2005). Psicoanálisis y existencialismo: de la psicoterapia a la logoterapia. México: Fondo de Cultura Económica.
García Pintos, C. (2007). Un hombre llamado Viktor Frankl. Buenos Aires: San Pablo.
Jaspers, K. (1984). Filosof ía de la existencia. Barcelona: Planeta- Agostini.
Jaspers, K. (1968). La filosofía. México D.F: Fondo de Cultura Económica.

Kreitmeir (1996). “Karl Jaspers y Viktor Frankl: un cotejo filosófico- psicológico”, En: Journal del Instituto Viktor Frankl,Buenos Aires: San Pablo.

Preguntas sugeridas.
Porque la duda es causa del pensamiento filosófico?
2) En qué sentido es la duda?
3) Porque el asombro conduce o motiva al pensamiento filosófico?